Los ánimos de gran parte de la población están justificadamente exasperados ante una violencia contra la mujer que no cesa, pero pareciera queremos acabar de repente, a golpe de maza, con un problema que subyace en lo profundo de la psiquis humana. ¿Son “las sentencias ejemplares” la sola arma para atajar esa gravísima lacra, o lo es sobre todo la promoción de una nueva relación entre hombres y mujeres que contribuya a desterrar el pernicioso, y a veces letal, machismo aún imperante? ¿Qué pueden hacer quince años que no hagan diez? La vía penal, sin dejar de ser necesaria, no debiera ser la única.
Llueven “whashaps” con el escueto “me alegro”, pero lo que personalmente me agradaría es el arrepentimiento, no el escarnio. No me sale alegrarme por el mal de ningún ser humano. El principio de compasión universal, al que a duras penas trato de ser fiel, me lo impide. Creo firmemente en la ley superior de la evolución, creo que en todo ser humano habita un alma más o menos desarrollada, creo que esa alma es siempre susceptible de crecer y evolucionar. Nuestro deber es auspiciar de la forma más eficaz posible ese necesario progreso.