Calentábamos los dos ayer a la noche nuestras manos junto al fuego en medio del bosque y el temporal inmisericorde que le azotaba. Arrimábamos también corazón a las llamas, compartíamos anhelos y proyectos en vez de sopa de calabaza o chocolate caliente. Había estado todo el día fuera, en una construcción acarreando piedras en medio de una muy severa climatología. Le dolían las manos y la espalda del peso soportado y sin embargo exhibía esa misma y perenne felicidad y alegría.
No diré su nombre. No puedo. No le dan la ciudadanía a quien es ejemplo ciudadano. Cuando le conocí hace ya más de un año, pensaba que esa sonrisa, ese espíritu siempre positivo eran sólo tarjeta de presentación. El tiempo fue pasando y demostrando junto a la equivocación, la fortuna de su amistad. Estuvimos mano con mano trabajando duro, construyendo esa cabaña de madera que ayer nos cobijaba, ayudándole muy poco también con la suya.
Pese a sus jornadas interminables su sonrisa nunca, ni por un instante se apeó. No olvidaré la sola linterna en mitad de la cerrada oscuridad que iluminaba aquel bricolaje tan devocional como interminable. Trabajaba noche y día para crear un hogar cálido para su amada que atravesó también ancho océano y desembarcó en la cabaña de al lado, justo ahora hace un año. Jamás una palabra de cansancio, de desgana, de abatimiento.
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