Nuestra vida no pende de un hilo de telefónico, ni de un verde en el washap, ni de que un nombre se ilumine en la pantalla del móvil. Nuestra vida está llamada a establecer conexiones más interiores. Nuestra vida no la puede secuestrar el recuerdo. No puede ser cautiva de la memoria de ninguna caricia, de ningún susurro, ni del instante en que soplaron al oído tu nombre…
A veces nosotros mismos nos construimos las tiranías más severas, apretamos el más duro yugo sobre nuestro propio cuello. No somos hojas de otoño al albur de los vientos antojadizos de las emociones. Somos Hijos de Dios en pos de todo su poder, de toda su fuerza latentes en el alma. No somos las hojas mareadas por los deseos, somos el Viento enseñoreado que los gobierna.
Arrecien nuestros Vientos, ofrezcamos nuestros dolores, nuestros recuerdos, la memoria del cariño, la añoranza de noches de candor y ternura. Ofrezcámoslos para el alivio del dolor de la humanidad, para la remisión del sufrimiento del mundo.