Ya en palacio el monarca resoplaría con alivio. Había que tener valor para recorrer esas largas, concurridas e incómodas avenidas, para mantenerse firme e inalterable durante todo el trayecto a pesar de los abucheos, fuertes pitadas y gritos de agravio. Él lo tuvo. Había venido a sumar su corazón al dolor popular, a sumar su voluntad a la firmeza ciudadana y sin embargo el “Fora, fora” se hizo por momentos atronador.
Seguramente no era el momento, ni las circunstancias adecuadas para expresiones de esa índole. La repulsa al terror y la imagen de unidad frente a la barbarie eran urgentes y nítidos objetivos que no dejaban espacio a manifestaciones colaterales, de otro orden, sin embargo las calles de Barcelona fueron expresión de un fuerte rechazo a la Corona.