Lo anunciaban esta semana los periódicos. La noticia venía con los titulares más grandes: se abre en el Parlamento español el debate de la eutanasia y la muerte digna. Es importante acercarnos a las leyes universales, a las máximas divinas que nos ayuden a formarnos un criterio cabal al respecto de estos candentes temas de actualidad. Es importante considerar las leyes espirituales a la hora de encarar debidamente estas cuestiones tan controvertidas. El derecho a la eutanasia es algo que no deseamos cuestionar, pero sí adentrarnos en la esfera de los deberes, siquiera más internos y vitales.
Es cierto lo que proclaman los defensores de la eutanasia en el sentido de que nadie puede obligar a nadie a vivir. La continuidad del aliento, el agotamiento de la vida física o la precipitación del final, ha de ser una prerrogativa íntima. Con la eutanasia ocurre algo muy semejante al tema del aborto. En ambas delicadas cuestiones ha de prevalecer la suprema ley de la libertad. Esta ley es indispensable para nuestra evolución. Es decir, sólo podemos evolucionar desde el más exigente libre albedrío, aún con el evidente riesgo de equivocarnos. No obstante es la voluntad de atenernos a la ley del amor, al orden divino lo que nos permite hacer un uso positivo de esa libertad. El creernos los dueños absolutos de nuestras vidas, supone en alguna medida obviar nuestra interrelación con las otras vidas, cuestionar esa trama oculta que a todos nos une, olvidarnos de la diversa sinfonía grupal que juntos componemos hasta en nuestro más deteriorado estado. Por lo demás, ¿es la casualidad lo que nos deja postrados y doloridos o es la vida la que nos limita a ese estado?