En su precario refugio nadie estampó las siglas de UNHCR (Acnur), pero debieron igualmente ir de puerta en puerta pidiendo acogida. No tomaron cayuco, no se apiñaron en ninguna barcaza destartalada, no se vendieron a ninguna mafia sin escrúpulos, pero huían de la violencia de los poderosos. No soñaron con una Europa, entonces aún salvaje y desintegrada, pero eran también refugiados.
La disyuntiva de las puertas abiertas o cerradas, de la acogida o el blindaje no es de nuestros días. La violencia siempre ha empujado al humano a hacer atillo o maletas y escaparse apenas con lo puesto. El desierto es ancho y Belén no dista mucho de Alepo. ¿Qué es la Navidad sino la fiesta del pequeño Refugiado que nacía a un mundo convulso para inundarlo de amor?