
La mañana aún está húmeda. Cada brizna de hierba atesora su gota de plata que ofrece orgullosa a la creación. El sol ya gobierna, pero aún no las ha arrebatado. Aprovechando la mínima tregua del invierno, tecleo en un jardín rodeado de verde vida. En realidad todo teclea a mi alrededor, todo teclea y yo sólo callo y dejo que la vida se escriba y me dejó acariciar por el sol y cantar por los pájaros que valientes no marcharon.
Investigamos los misterios de la vida, no porque queremos enseñorear nuestra mente, más al contrario porque deseamos vernos cada vez más envueltos en la luz y el amor que todo lo desborda. Explorar y sacar a la luz es también una forma de orar, de rendirnos al fin y al cabo cada día un poco más. No sé si investigamos, no sé si hacemos poesía…, ya no distingo y empiezo a creer que todo es un mismo afán, un mismo y gozoso anhelo.
De las aguas surgirá la vida, fuerte, sólida robusta y nosotros seguiremos mirando para otro lado como si ese maravilloso proceso que hemos sido y somos, no fuera con nosotros, como si se tratara de una narración extraña. El misterio de la concepción no tiene quien lo reverencie, pero su estudio puede servir para acabar de rendirnos. Intentamos descifrar algo del misterio sublime de la concepción a la luz de toda la información que nos está llegando, porque en realidad necesitamos clavar más hondo nuestras rodillas, necesitamos en algún lugar, en algún lejano rincón aparcar para siempre nuestro orgullo y ofrecernos en cuerpo y alma, ofrecer nuestras manos, nuestros corazones para el progreso de la vida y su Plan divino y maravilloso en todos los planos.
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