En el 27 S hemos perdido todos un poco. Nadie, de ningún lado, cante victoria. La derrota generalizada traiga sus lecciones, sus indispensables comprensiones. Traiga sobre todo el anhelo de superar la brecha abierta, de acercarse al otro, de conocerle, de explorar sus circunstancias y aspiraciones. Un país divido no representará nunca una victoria. Una sociedad partida en dos no podrá colmar a quienes aspiran mantenerla mínimamente cohesionada. El clamor independentista debía ser mayor para romper amarras con España, para comenzar a levantar una nueva frontera.
No ha triunfado por lo tanto, al menos holgadamente, la alianza soberanista. La hoja de ruta secesionista, de llevarse adelante, sería forzada y conllevaría un elevado coste social. Pero sobre todo ha sido derrotada la intransigencia centralista. Ha perdido el ordeno y mando de Madrid, la cerrazón de quienes han querido frenar las aspiraciones legítimas, las compartamos o no, de buena parte de un pueblo. El bombardeo mediático hacia los nacionalistas no tiene precedentes. La defensa de la unidad de España no ha dudado en cargar demasiadas veces con el improperio. La utilización de los medios públicos por parte del Gobierno ha sido avasalladora. RTVE, en alianza de todos los medios de la capital de España, ha emprendido una auténtica cruzada contra las aspiraciones nacionalistas, sin reparo en utilizar el discurso del miedo para amedrentar el voto sececionista. Esa intransigencia, lejos de mermar el número de independentistas, los ha multiplicado.