Nunca digas de ese agua no beberé, a esa persona no abrazaré. No digas, Pablo, “no abrazaré ni a Más, ni a Rajoy”. Estrechar al contrario no es darle la razón, plegarse a sus postulados; es reconocer su humanidad, valorar la mutua unión inherente por encima de su color político. Antes que nada la vida es abrazo y no “podemos” malograrla por el capricho del desafecto. Tu adversario político no deja de ser tu semejante, tu hermano. El abrazo que ahora rechazas, lo habrás de consumar algún día. Todos, absolutamente todos los humanos, a la postre de todas nuestras prolongadas lizas, nos acabaremos abrazando, por más que nos obcequemos en postergar ese día.
No digas “nunca abrazaré…” porque estarás perpetuando la caduca pelea, la política de los que no se encuentran; porque al dejarle al otro sin abrazo, te privas de su calor, te estás perdiendo una parte de ti; porque abrazar a tu contrario es quizás lo más grande que puedes llegar a hacer en tu incipiente vida política. Las piedras ya horadaron todos nuestros bolsillos. La historia se levanta sobre todo como una larga hoguera que no necesita ni una gota de más gasolina. No queremos puestas al día de la lucha de clases, queremos por fin acabar con ella. En realidad no queremos nuevas ideologías, nuevos partidos, en realidad lo que queremos es más abrazos, profundos, sinceros, definitivos. Lo que deseamos es ver la clase política por fin unida, por fin cohesionada tras los mismos valores de honestidad y virtud, tras los mismos ideales de justicia social, de libertad, de respeto al otro, de cuidado de la Tierra y las relaciones humanas…