Volver a nacer es un derecho que no debiéramos cuestionarnos. Ningún autoflagelo nos debe impedir rehacer nuestra vida. No deberemos arañar el alma en nuestro ejercicio de contrición. Sobran las uñas si el arrepentimiento es verdadero. Al final va a ser verdad lo que claman los manuales de nueva era. Hemos de aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Sólo cada quien sabe en su templo interno cuándo sobra látigo y falta pomada, cuándo acontece al contrario y vertimos sobre la herida cicacitrante exceso de ungüento. Una vez más vamos tras el punto de equilibrio en el que nos observemos con ponderación. Reconocido nuestro error, intentado reparar el daño, hemos de liberarnos e intentar mirar para adelante.
El Cielo nos necesita y flaco favor le hacemos si permanecemos hundidos en nuestra pena. No podemos andar la vida mendigando un perdón ajeno. No podemos ser esclavos de nuestros dolorosos recuerdos. Hemos de reparar sí, hemos de enmendarnos por supuesto, pero no podemos ser siempre deudores del ayer. Hemos herido y nos han herido. A todos nos aguarda la iniciación en el perdón. Nos cuidaremos mañana de dañar, de causar a alguien aflicción, pero no nos ataremos de por vida a la cadena de nuestro error pasado.