
¿Por qué no retornamos más a menudo en soledad a las alturas…? Intimar en privada audiencia, quizás no con las más altas Jerarquías ocupadas en otros más importantes menesteres, pero si con los grandes ángeles o “apus”, cuyo cuerpo de manifestación son esas soberbias montañas, testimonio de fortaleza y serenidad inamovible. Acercarnos a esos poderosos seres que desde la tiempos remotos aguardaban por fin nuestros pasos admirados, reverentes.
En algún momento hice por conectarme con móvil, pero felizmente no había cobertura. ¿Qué más conexión buscar? Aún sin colmarnos ese silencio…, aún tecleando números en pos de una palabra simple gastada. Aquel milenario silencio no merecía mi alboroto. Ya de vuelta atravieso valles más verdes y llanos. Los pies se posan despacio para no hacer el mínimo ruido. ¿Quién osaría perturbar esa paz? ¿Cómo expresar allí que te sientes uno con todo, con el árbol solitario, con el río callado, con la roca desnuda, con la robusta brizna de hierba…, que no te deseas extranjero en tan privilegiadas alturas?
Volvemos a la naturaleza pura, a la montaña siempre sagrada, cargados de humildad, resueltos a unirnos a ella, decididos a engrandecerla, nunca más a mancillarla. Así debió ser antes de nuestra huella. ¡Queremos volver a empezar, Dios mío…! ¡Concédenos otra oportunidad, queremos hacerlo definitivamente de otra manera, con más respeto, cuidado y ternura!