Mucho apunta a que no sólo España “hurtaba”, a que las aspiraciones personales podían superar a las nacionales. La vida pública nos ofrece a menudo interesantes espejos a la hora de observar nuestra psicología más interna. En nuestro nivel evolutivo, no es lo más corriente que los intereses particulares se afinen con los generosos ideales. En esos contados casos, el dominio de lo que nos afecta va minando y deshaciendo el yo minúsculo. Es cuando nos involucramos más decidida y sinceramente en el devenir de lo colectivo. La merma del interés personal posibilita mayor entrega a los ideales generales. Pronto y claro: lo que el interés es a la personalidad, el ideal es al alma. Más gana el alma, más triunfa el ideal de servicio; más progresa la personalidad inferior, más avanza el interés personal.
Esta puja entre la naturaleza inferior y superior por adueñarse de nuestras propias riendas es tan antigua como el mismo humano. Dicen que, contra todos los pronósticos, en el foro interno del “honorable expresident”, el interés aventajó al ideal, por más que éste se proclamara durante décadas a los cuatro vientos. Sin pretender aquí entrar en el encendido debate soberanista, lo que sí parece evidente es que nada ha hecho tanto daño al progreso de la causa catalana, como la confesión pública del señor Pujol sobre el impago tributario de su fortuna.