
En una reciente estancia en Madrid, al salir del metro de Sol, pude ver a los trabajadores de “Coca-Cola” protestando ante la sede del Gobierno regional. Confieso que me asaltó cierta tristeza. No sé si era por el día plomizo o por la observación de una porción de humanidad que se agarra a la protesta, pero abandona los sueños. Suena la campana del ERE y nos falta tiempo para ir a por la pancarta y salir a la calle y clamar contra quienes “nos han quitado el empleo…” El objetivo es volver como sea a las plantas embotelladoras de esa bebida tan dañina. Parece que no existiera otra mejor alternativa, otra meta diferente. Hay que retornar cuanto antes a un trabajo mecánico, a veces incluso embrutecedor, metiendo en latas de aluminio y botellas de cristal un líquido sobrecargado de anhídrido carbónico, azúcar y cafeína, tan perjudicial para la salud de los ciudadanos.
Así fabriquemos brebajes ponzoñosos, es preciso defender el puesto de trabajo. Lo importante es fichar no importa dónde, de qué manera, con qué finalidad… Como no cambiemos el horizonte de esa visión limitada, estaremos condenando nuestra salud y la salud de la Tierra, nuestra Madre. ¿Y si un día nos despegáramos de todas las pancartas…? ¿Y si en vez de pedir, clamar, reivindicar fuera, nos retáramos a nosotros mismos/as por dentro? El objetivo no sería tanto acabar con el paro, sino con la peligrosa y a menudo autodestructura conciencia de que no importa lo qué hagamos, lo qué fabriquemos, lo qué comamos y bebamos, con qué nos divirtamos… El objetivo no es disminuir las cifras de desempleo, sino nuestro nivel de desorientación ante la vida y su trascendental sentido. El principal problema de los ciudadanos no es el combate contra el desempleo, sino contra los temores e inseguridades que nos paralizan. Quizás no se trate tanto de mermar el número de desempleados, sino el miedo a hacernos los dueños de unos destinos más libres, creativos y solidarios.
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