No nos ruboriza afirmar que queremos que despeguen esos aviones de combate y sellen las puertas donde se halla el mal, el mal que riega con mortal química los barrios de las populosas ciudades sirias. No nos ruboriza afirmar que estamos por la intervención precisa, quirúrgica y neutralizadora. No sin tristeza asumimos este postulado. La larga serie de advertencias y medidas diplomáticas ante Damasco, no han servido para impedir que el dictador Bashar Al-Asad siga aterrorizando con sus masacres a la población civil, con la única finalidad de perpetuarse en su tiránico poder.
¿Cómo de otra forma hacer que cese el impune y masivo asesinato de civiles? Las armas son siempre el último recurso, ¿pero hay ahora algún otro? ¿Qué queda por intentar sino unos “Tomahawk” bien dirigidos, certeros en la destrucción de arsenales y que causen el menor número de bajas? No creemos en la guerra. La humanidad ha de emerger de la diabólica espiral de la confrontación en la que está sumida desde hace milenios, sin embargo es preciso preservar la vida y los derechos humanos allí donde son reiteradamente amenazados. Es preciso detener en algún punto el mal contumaz. Ojalá el Durango o la Gernika del 37 hubieran sabido lo que es una coalición internacional presta a defender la vida de los civiles.
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