No se amilanaron ante el fuerte desafío que ya fue la rueda de prensa en la que anunciaron su reivindicación patriótica. No vestían triste y uniformante caqui. No hicieron dejadez de sus atributos de inherente belleza. No pestañearon ante los focos. Su mirada firme, su discurso decidido congregó multitud de medios: quieren estar en primera línea de combate, allí donde silva la muerte, allí donde la vida se sortea a cada instante. Cuatro mujeres soldado norteamericanas, entre ellas dos condecoradas por su valentía en Afganistán, acaban de demandar al Pentágono por su política de mantener a las mujeres lejos de los campos de batalla.
La preguntan brota tan respetuosa como incontenida: ¿Y si se mantuvieran en retaguardia alumbrando vida? En realidad no queremos ni frente, ni retaguardia, en realidad no queremos nunca jamás, ninguna guerra. Pero si tiembla la tierra, si de nuevo baila el plomo, ojalá no muerdan trinchera, no vistan galones, ojalá no calcen rencor, no anuncien siquiera un luto lejano… Ojalá quede cuanto menos una geografía pura, unas manos limpias, un beso sin mácula… Ojalá que en sus vientres nadie huela pólvora, en sus pupilas sólo la sangre de sus propias entrañas.